Amine corre por el medio del desierto, con su tesoro en la mano y la policía pisándole los talones. En una especie de tumba construida en un santiamén, Amine entierra su botín.
Cuando sale de la cárcel, la árida colina se ha convertido en un lugar sagrado al que acuden los peregrinos para adorar al Santo Desconocido, que será pronto enterrado. Amine decide quedarse en el pueblo, con los habitantes, sin perder de vista su objetivo: recuperar su botín.