Critica
Sugerente film de George Franju que constituye un intento de homenaje y reformulación de los seriales originales de Louis Feuillade. El anti-héroe Judex, personificado por el extraordinario mago Channing Pollock (célebre por su gran presencia escénica y por su especialidad: la magia con palomas), decidido a cumplir una venganza en la persona del banquero Favraux. Tendrá que enfrentarse con una pérfida y sofisticadísima villana, interpretada de maravilla por Francine Bergè y sus mallas negras, dentro de una historia folletinesca, repleta de sentido del humor y cierto intelectualismo un punto molesto. Filmada con una elegancia distanciada y un abuso de la casualidad en su historia que perjudican a un conjunto, por otro lado, riquísimo en ideas de todo tipo y guiños mil, desde la planificación y las cortinillas del mudo, hasta los ramalazos surrealistas (esa monja tumbada en la carretera que luce un puñal en el muslo) o el modernismo en su vertiente decorativa (pasamanería intrincada, azulejados, papeles floreados, hierro forjado...) y arquitectónica. Se adscribe explícitamente en la admirable tradición de la narrativa “pulp” europea, del villano como figura carismática y fascinante, el ácrata que lucha contra el orden establecido desde las sombras (pese a que esto esté rebajado en “Judex”), un dinamitador del “statu quo”, individualista e invencible, enmascarado y desafiante; un hilo que une de modo perceptible, pero sutil, al Fantomas de Allain, al Arsenio Lupín de Leblanc, incluso al terror amarillo representado por el Fu-Manchu de Sax Rohmer o al Dr. Mabuse de Jacques (y Lang), con el “V de Vendetta” de Moore, pasando por los “fumetti neri” (Diabolik, Satanik, Kriminal,...) de las hermanas Giussani o de Magnus & Bunker (Roberto Raviola y Luciano Secchi, respectivamente), cumbres de la cultura popular y la diversión inteligente, solo aparentemente inofensiva y en muchos caso profundamente revulsivas. A Franju le falta apretar el acelerador del delirio, pero aun así deja momentos e imágenes inolvidables, llenas de simbolismo, como los esbirros trajeados escalando una pared como enormes insectos, la irreal pelea en los tejados entre Bergè y Sylva Koscina, una de negro la otra de blanco, y sobre todo ese baile de máscaras de pájaro en el que Judex irrumpe parsimonioso, con una paloma muerta en la mano y una cabeza de halcón sobre los hombros, acompañado por el mágico vals que Maurice Jarre impone como tema principal.
© ben wade
Source : filmaffinity.com