Durante cuatro años, el cineasta ha filmado una relación entrañable entre él y su hijo, durante el ritual de los deberes del colegio, poniendo a la luz las contradicciones de un sistema educativo deficiente.
Sesenta minutos, todos los días. Es el tiempo que paso con mi hijo, Angelo, todos los días para hacer los deberes. Pasan los días, los meses y los años, al ritmo de esta hora que pasamos juntos sin falta. La angustia del fracaso escolar opuesta a la ilusión de aprender. Una hora, una lucha, la relación entre un padre y su hijo.