Al parecer, desde los primeros balbuceos del cine mudo, la cámara se usaba para satisfacer los instintos voyeuristas más primitivos, cosa que se lograba a base de filmar escarceos amorosos. Lo cierto es que ya a partir de principios del siglo veinte se montó en poco tiempo una verdadera red de producción clandestina que suministraba material erótico a los coleccionistas privados. Son películas que se proyectaban en sesiones a horas fijas en las salas de espera de los burdeles de lujo.
Se rodaban en secreto, en una tarde, entre amigos echando mano de las chicas del burdel de al lado que cobraban unas perras por el serivicio. Al ser totalmente anónimos, como es natural, hoy día resulta imposible cualquier identificación de sus verdaderos autores o actores.De hecho, resulta divertido observar cómo intentan algunos de esos “actores” colocarse bien la peluca o los bigotes postizos para que no se les pueda reconocer. Pero, pese a todo, lo cierto es que son filmes llenos de frescura e ingenuidad si los comparamos con la mayoría de las películas pornográficas actuales.
Cabe decir que algunas de estas producciones “clandestinas” se han realizado contando con la complicidad o incluso la participación directa de los propios directores, algunos de ellos conocidísimos. Basta con mirar con atención la posición de la cámara y las luces para darse cuenta de que son obra de grandes profesionales por flojos que sean el montaje y la trama narrativa. Se nota también la impronta del maestro en la ausencia de miradas a la cámara, tan frecuentes en casi todas las demás producciones, y que suelen además ir acompañadas de comentarios hablados que los actores hacen a personas de fuera del plató. Se trata de cintas que han llegado hasta nosotros no sé sabe muy bien cómo pero que han pasado a formar parte de nuestra historia, de nuestro patrimonio, abriéndonos así las puertas de la alcoba de nuestros mayores. Naturalmente, no hay por qué pensar que la sexualidad de la época se reducía a ese tipo de ejercicio ya que la vida es mucho más compleja que todo eso. Pero , a su manera, sí que nos muestran que en ese entonces se dedicaba su tiempo a las relaciones físicas por lo que concluímos que los mecanismos profundos del hombre no dependen de modas.