Lentamente, con mil precauciones, froto un trozo de hielo sobre la punta de su dedo índice. Me paro cuando se mueve de dormida. Luego, recomienzo hasta que la punta del dedo queda blanca. Apoyo el trozo de hielo. Con una hoja de afeitar le hago un pequeñísimo corte indoloro. Un hilo de sangre brota de inmediato. Tímido pero regular. Inclino la cabeza y bebo la sangre como se bebe el agua del grifo.