Es verano. La luz enceguece. Estamos en la región del mediodía en Francia. En el bosque la única casa que hay es la que el señor Andesmas acaba de comprarse a su hija Valérie. Esta tarde Andesmas tiene cita con un constructor, Michel Arc. Lo espera en el lugar de la futura terraza frente al valle. Desde el pueblo llega el sonido de una música, una canción que todo el mundo canta este verano. Ahora la vida sigue su curso lejos del señor Andesmas pero, a su edad, ya se ha acostumbrado. Sentado en la sombra, en un viejo sillón de mimbre, espera a Michel Arc que no llega y piensa en su joven hija Valérie, que ahora es su único amor, que baila allí abajo, en la plaza del pueblo.
Por un momento lo distraerá el paso de un alegre perro y luego la llegada de una extraña niña, una mensajera de Michel Arc, su padre. Intrigado y conmovido por ella, piensa que hubiera podido amarla si no estuviera ya totalmente absorto por el amor por su hija Valérie. En medio del calor y del vértigo de esta jornada, revivirá también el recuerdo de uno de los momentos clave de su vida, la partida de su esposa, que los abandonó, a él y a su hija, hace diez años.
Luego, otra mujer se encuentra de repente frente a él, es la esposa de Michel Arc. Cerca de él, alrededor suyo, yendo y viniendo, loca de amor y de sufrimiento contenido: “Sólo puedo hablarle de ella a usted, ¿entiende? Valérie me hace sufrir mucho”.
El señor Andesmas la escucha pero no quiere oirla, para no descubrir una Valérie que no conoce. Ella ama a Michel Arc. Valérie, su niña, ahora está en edad de abandonarlo. Ambos se dan cuenta de la inevitable pérdida del ser amado. En la luz de este atardecer de verano, enfrentados a su soledad, estos dos seres van a acercarse...