El presidente de Unifrance le rinde homenaje a este actor, muy querido por el público y por los profesionales, que ha fallecido trágicamente este 21 de abril del 2022, a los 80 años de edad.
Actor, productor y director, Jacques Perrin ha fallecido el jueves 21 de abril, a los 80 años de edad. Ha encarnado, en el cine francés, una de las carreras más singulares y audaces, la de una persona siempre libre y creativa, tanto en el margen como en el centro, buscando nuevos caminos para expresar su amor por el cine, interpretando todo tipo de papeles.
Debuta muy joven, en Las Puertas de la noche, de Marcel Carné, en 1946, o en Los tramposos (1958), del mismo director, y también en La Verdad, de Henri-Georges Clouzot, en 1960. Pero empieza realmente como «joven actor», expresión que se utilizaba a finales de los 50, en las películas italianas, actuando junto a Valerio Zurlini, un director genial que hay que conocer: La Chica con la maleta (1961), con la guapísima Claudia Cardinale, después en Crónica familiar (1962), con el enorme Marcello Mastroianni. Tenía a penas veinte años. Era la época en que los actores franceses e italianos iban y venían, unos a rodar a Roma, a los estudios de Cinecittá, y otros a trabajar a los estudios franceses de Billancourt. No hacía falta hablar italiano, gracias a la post-sincronización de las películas. Jacques Perrin, Jean-Louis Trintignant, Jean-Pierre Mocky, y otros tantos, actuaban a menudo en Italia. Por su parte, los actores italianos hablaban francés, como Gassman, Mastroianni o Tognazzi.
En Francia, Pierre Schoendoerffer le convierte en su héroe de guerra en Indochina, en Sangre en Indochina, interpretando al subteniente Torrens, que atraviesa demacrado la jungla, al mando de su unidad, diezmada gradualmente. Ambos personajes, actor y director, consiguen llevarse de maravilla. Años más tarde, Jacques Perrin participará en otras aventuras dirigidas por Schoendoerffer, siempre junto a Raoul Coutard, antiguo fotógrafo de guerra en Indochina: Le Crabe tambour, y luego L'Honneur d'un capitaine. El encuentro con Costa Gavras será también fundamental, cuando el cineasta griego, ya viviendo en Francia, rueda Los raíles del crimen (1965). También actúa en su segunda película, Sobra un hombre (1967), dos años antes de la aventura de Z. Cuando Costa Gavras empieza a producir esta película para denunciar la dictadura de los coroneles en Grecia, se topa con una serie de obstáculos. Sin dudar, Jacques Perrin interviene como productor, además de interpretar el papel de fotógrafo en la película, consiguiendo convencer a las autoridades argelinas para, además de rodar en Argel, contribuir financieramente en el proyecto. Z dió la vuelta al mundo, cosechando gran éxito a nivel comercial y de gran prestigio, pues obtuvo dos Óscars, uno de ellos el de Mejor Película extranjera.
Empieza una nueva vida para Jacques Perrin, trabajando como productor, con más de cincuenta películas en su haber, paralelas a su carrera como actor. L'Etrangleur, de Paul Vecchiali (1970), Estado de sitio (1972), seguida de Sección especial (1975), dirigidas por su amigo Costa Gavras, Blanco y negro en color, la primera película de Jean-Jacques Annaud (1976, Óscar a la Mejor Película extranjera), Les Quarantièmes rugissants, de Christian De Chalonge (1982), Peuple singe (Le), de Gérard Vienne, Hors la vie, del cineasta libanés Maroun Bagdadi (1991), Microcosmos, de Claude Nuridsany y Marie Perennou, Nómadas del viento, en el 2001, que dirigió junto a Jacques Cluzaud y Michel Debats. Sin olvidar Los chicos del coro y Faubourg 36, ambas dirigidas por Christophe Barratier, su sobrino. Como tantas otras en las que participó como actor o como productor.
Dos películas contribuyeron a crear su fama entre el público: Las Señoritas de Rochefort (1967) y Piel de asno (1970), de Jacques Demy. A veces interpretando a Maxence, marinero teñido de rubio, siempre en movimiento, o interpretando al Príncipe azul, listo para casarse; dos papeles que van a fijar su imagen como joven actor durante largo tiempo. Lo más llamativo de esta bella y larga carrera, a veces en el cine, otras en televisión, es la diversidad de sus funciones, trabajando como actor, como director o como productor, aceptando todo tipo de riesgo. Como, por ejemplo, cuando se empeñó en producir El Desierto de los tártaros (1976), con el mismo Valerio Zurlini que le brindó una oportunidad cuando era joven. Había en Jaques Perrin un bonito empeño en llevar a cabo sus ideas o sus deseos, hasta el final. Costara lo que costara. Y una gran humildad. Es lo que hizo su grandeza y su moral, como un absoluto hombre del cine.