Jean-Louis Trintignant ha fallecido recientemente a los 91 años de edad, una persona y un actor extraordinarios, una figura que ha formado parte del paisaje cinematográfico francés, y también del europeo, desde los años 50. Serge Toubiana, Presidente de Unifrance, le rinde un homenaje.
De Jean-Louis Trintignant, actor prolijo, con casi 150 películas en su haber, actor de teatro, gran lector de poesía, piloto de carreras, viticultor entre otras pasiones, sin olvidar que dirigió dos películas – Un día bien aprovechado (1972) y Le Maître-nageur (1978) - lo primero que recordaremos es su voz, una voz tan particular, cálida y profunda, redonda y tranquilizadora. Íntima. Una voz sin duda singular que podríamos escuchar durante horas, en bucle, sin cansarnos. Casi querríamos poner todos sus diálogos juntos, en fila, como una quimera, como un lazo vocal en forma de monólogo sin fin. Tal que un Jean-Louis Trintignant, autor de una obra oral.
Pero sería una pena separar esta obra vocal de las réplicas de sus numerosos y sublimes compañeros de reparto: Brigitte Bardot, Anouk Aimée, Romy Schneider, Dominique Sanda, Françoise Fabian, Catherine Deneuve, Stéphane Audran, Simone Signoret, Isabelle Huppert, Léa Massari, Emmanuelle Riva, Irène Jacob, Juliette Binoche, Fanny Ardant entre tantos otros. Porque en el cine, la seducción funciona por parejas. Trintignant era el actor de la seducción, del encanto, un ex-galán. Incluso un eterno «galán», término que no le gustaba, incluso que odiaba. Aquello era en tiempos de Y Dios creó a la mujer, la película de Roger Vadim, dirigida en 1956, que le lanzó a la fama mundialmente por aparecer junto a Brigitte Bardot. Y también por ser su pareja en la vida real. En aquel entonces, el mito Bardot alcanzó proporciones tales, difíciles de imaginar hoy en día. Una película que, por su osadía y sobre todo, por la de su actriz, liberada del corsé moral y sexual de los años de la posguerra, sacudió para siempre, con risas y bailes, como en un trance sexual, los viejos códigos del cine francés. Y del cine en general. Justo después, Trintignant se marchó a hacer la mili, que en aquel entonces era muy larga. Cuando acabó, volvió de nuevo al cine, empezando desde cero. Menos mal que en Italia empezaron a solicitarlo: Valerio Zurlini (Verano violento, 1959), Dino Risi (La escapada, 1962), más tarde Sergio Corbucci (El Gran silencio, un western en la nieve), y sobre todo Bernardo Bertolucci con El Conformista (1970), con un papel inquietante, amenazador, otra faceta de este gran tímido. Mientras tanto, llegó a Francia la Nouvelle Vague, que dejó de lado a Trintignant. Y viceversa. Ambos coincidieron solo de puntillas: Jacques Doniol-Valcroze (Le Cœur battant, con Françoise Brion, 1960), Claude Chabrol (Las Ciervas, 1967), Éric Rohmer (la inolvidable Mi noche con Maud, 1969). Pero también trabajó con Alain Cavalier (Combate en la isla, 1962), Costa Gavras (Los raíles del crimen, 1965, y sobre todo Z, en 1969, donde interpretó al famoso e inolvidable «pequeño juez», tímido, anónimo, pero que resultó ser duro e implacable frente a los matones de la dictadura. Y, por supuesto, Claude Lelouch, con Un hombre y una mujer, Palma de Oro en 1996 y gran éxito mundial. Después, El Canalla, y tantas otras películas.
El encuentro con François Truffaut llegó tardíamente. Dos veces tardíamente, podríamos decir, ya que Vivamente el domingo fue la última película que el cineasta dirigió, en el 1983, un año antes de su muerte. En 1979, Trintignant había escrito a Truffaut lo siguiente: «Me habría encantado trabajar en sus películas, a usted le habría gustado y yo habría hecho un buen trabajo… Pienso que soy una persona que tiene tiempo para hacer lo que le gusta». Sin duda, se refería a los papeles que el mismo Truffaut había interpretado en sus propias películas: El Pequeño salvaje, La Noche americana y La Habitación verde. Unos papeles que a Trintignant le habrían venido muy bien, ya que tenía cierto parecido con el director: el mismo tamaño, la misma mirada temerosa, la misma manera de seducir a través de la timidez.
Algunos años después, Truffaut y él pudieron por fin trabajar juntos, en Vivamente el domingo. Antes del rodaje, Truffaut le escribió por carta lo siguiente: «Si acepta este papel, trabajaremos de manera flexible, como cuando se anda con mocasines». Me gusta mucho esta idea de película flexible, de manera relajada, «como con mocasines», ya que corresponde perfectamente al actor Jean-Louis Trintignant, en toda su carrera. Decía haber sido tímido, en su juventud, sin duda porque tenía acento del sur, ya que nació en el Vaucluse, el 11 de diciembre de 1932, y tuvo que esforzarse por corregirlo, borrarlo, cuando decidió «subir a París», en los años 50, para probar suerte en el teatro y vencer su timidez. Estoy seguro de que se sirvió de esa timidez para hacer un punto fuerte de su interpretación: de ahí le viene esa especie de contención, una tendencia al misterio, una manera singular de encubrir su deseo, al mismo tiempo que lo mantiene a flor de piel. Estar presente, y al mismo tiempo, pasar desapercibido. Los grandes actores se exponen y se esconden, todo al mismo tiempo, según un arte o un misterio que solo ellos conocen.
En el fondo, a Jean-Louis Trintignant no le gustaba su condición de actor de cine, parecía pesarle mucho, sin duda, le parecía algo humillante, prefería el teatro y los textos importantes. «Hamlet», de Shakespeare, que interpretó dos veces. Más tarde, la poesía, Apolliniare, Prévert, Vian, Aragon. Lo que más le gustaba era ir de gira con su hija Marie, para leer los «Poemas de Lou», de Guillaume Apollinaire. Pero de la noche a la mañana, aquello no fue más posible, ya que su hija falleció en condiciones tremendas y escandalosas. La vida dejó de ser la misma. El dolor nunca le abandonó. Eligió refugiarse en la soledad y en la contemplación de la naturaleza.
El cine, en el que brillaba, tanto en Italia como en Francia, era para él algo divertido, como un juego. Algo del pasado. Siempre mantuvo la distancia y a menudo se despedía, para volver después, convencido por Krzysztof Kieslowski (Tres colores : Rojo,1994), Jacques Audiard (Mira a los hombres caer, 1994), o Patrice Chéreau (Los Que me quieren cogerán el tren, 1998). Tres papeles magníficos. Y por supuesto, por Claude Lelouch, a quien le será fiel hasta el final, ya que Los años más bellos de una vida será su última aparición como actor, estrenada en el 2019.
Y también hubo el encuentro con Michael Haneke. Recuerdo el preestreno de La cinta blanca, Palma de Oro en el Festival de Cannes en el 2009, en la que Trintignant había hecho el doblaje para la versión francesa. Haneke vino a la Cinemateca a presentar su película y Trintignant estaba entre los invitados. El director austríaco tenía muchas ganas de proponerle un papel para su próxima película, Amor. Margaret Menegoz, productora de Films du Losange, tuvo que insistir dos veces para convencerle de que aceptara el papel principal, junto a Emmanuelle Riva e Isabelle Huppert. Pero Trintignant se negaba: «Tengo más ganas de suicidarme que de trabajar en una película». «Trabaja primero en la película, ya te suicidarás después». Ya sabemos lo que pasó después. No solamente la película obtuvo la Palma de Oro en el Festival de Cannes, sino que además logró el Oscar du meilleur film étranger, y Trintignant fue galardonado con el César du Meilleur acteur. El actor y el director volvieron a encontrarse cinco años más tarde, para rodar Happy End, junto a Isabelle Huppert y Mathieu Kassovitz.
Cine de autor, películas populares, películas que hemos visto y vuelto a ver, tanto en el cine como en la tele. Jean-Louis Trintignant pertenece, junto con otros pocos autores, a nuestro paisaje íntimo y mental. Y allí permanecerá para siempre.
Serge Toubiana
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