1944. Japón está a punto de perder la guerra. Una nueva generación de oficiales de inteligencia se entrena para dificultar el avance del enemigo, con instrucciones de no rendirse nunca. Entre estos jóvenes, un hombre seco, recto, determinado, es enviado a una isla de Filipinas. Se llama Hiroo Onoda. Tiene 22 años.
Para el Imperio, la guerra va a durar un año más. Para Onoda, se terminará diez mil días después.