Un día por la mañana, Ahmadou, un joven de Camerún de trece años de edad, nacido en el norte del país, llega en tren a Yaoundé. Ahmadou va a conocer a otros jóvenes que, como él, se han marchado buscando una felicidad hipotética, que es el sueño de la mayoría de los jóvenes de su edad. No tienen domicilio, pero son capaces de afrontar el mal tiempo, la enfermedad, la contaminación, la droga, y todo tipo de agresiones. Tienen que mendigar y hacer pequeños trabajos para sobrevivir, bajo la vigilancia de los jefes que les explotan.
Frente a todos estos problemas, la ayuda les viene de los centros de escucha y reinserción privados o públicos. Paradójicamente, la principal preocupación de estos jóvenes aventureros no va a ser la confortable cama de estos centros, ni las comidas calientes y abundantes, ni la perspectiva de la integración profesional, sino el carácter efímero y peligroso de esta vida de calle, el sabor cotidiano del riesgo que acecha el espíritu de todos los Mboko.