El Presidente de UniFrance rinde homenaje a Jean-Paul Belmondo, gran estrella del cine francés, fallecida este 6 de septiembre a los 88 años de edad.
Para unos, era el Señor Belmondo, para otros, simplemente «Bebel».
Ha representado al cine francés de manera magistral, a una buena parte del cine francés, el cine de comedia y de aventura, durante medio siglo. Con gula y desparpajo. Dando la impresión de que le resultaba fácil, que no era un trabajo. Una carrera rápida y bulímica que le hizo convertirse en el niño mimado de cineastas como Chabrol, De Broca, Sautet, Melville, Malle, Verneuil, Truffaut, Lelouch, Deray, Rappeneau, Resnais, Oury, entre otros, y triunfar en seguida en Italia con Alberto Lattuada y Vittorio De Sica.
Parecía que nada grave podía ocurrirle, tan potente y vibrante se mostraba, actuando al filo de la navaja, como en una famosa escena de El Furor de la codicia, dirigida por Henri Verneuil, en la que corrió todo tipo de riesgos, mientras jugaba a «ser actor». Eso funcionaba y el público pedía más. Era como si se vengara, después de haber sido tan mal tratado en el Conservatorio, años atrás, por un oscuro profesor que fue incapaz de reconocer en él un talento en ciernes. Un inmenso talento. Y una eterna sonrisa en los labios.
Hizo falta que un hombre de unos treinta años, mal afeitado y con gafas de sol negras, le rondara, delante del Drugstore de Saint-Germain-des-Prés, le abordara y le propusiera un papel: el de Michel Poiccard en Al final de la escapada, para que Belmondo, el enorme Belmondo, fuera conocido por el público. Este desconocido se llamaba Jean-Luc Godard. Estamos en 1960, Belmondo tiene veintisiete años. Cuenta la leyenda también que el propio actor tampoco creía en la película, hasta tal punto ésta había sido concebida y dirigida fuera de la norma, como una película que no respeta ninguna de las reglas clásicas del cine y de su gramática. Al final de la escapada sacude al cine francés. En realidad, sacude al cine del mundo entero. El actor bajando por los Campos Elíseos, con el pitillo en la boca y el sombrero cubriendo su cabeza, junto a Jean Seberg, criatura espléndida, vestida con una camiseta y un pantalón corto, vendiendo a grito pelado el New York Herald Tribune. Estas imágenes dieron la vuelta al mundo, con un Jean-Paul Belmondo representando lo nuevo y lo moderno, la insolencia y la frescura. Pero también representando una forma de melancolía contemporánea en una película de suspenso distinta de las demás. Todos recordamos el final trágico de Michel Poiccard, traicionado por la mujer que lo amaba, acribillado por las balas de la policía en plena calle Campagne-Première. Repugnante.
Nunca se dirá lo suficiente sobre la influencia en los actores de cine americanos de esa mirada y de esos gestos, Al final de la escapada marcará un antes y un después en la historia. El cine se metió y continuó por esa brecha, todos los directores querían rodar con Belmondo, ya que aportaba una manera de actuar, de correr, de divertirse, que exhalaba un perfume de libertad. Con Godard rodó otras dos películas: Una mujer es una mujer, y una obra de arte: Pierrot, el loco. Con Melville: Léon Morin, sacerdote (donde borda su papel), El Confidente y El Guardaespaldas. Con Philippe De Broca, comedias explosivas como Cartouche, El Hombre de Río, Las Les Tribulaciones de un Chino en China o también Cómo destruir al más famoso agente secreto del mundo. Con Truffaut, La Sirena del Mississipi. Con Resnais, Stavisky.... Con Oury, As de ases. Con Malle, El Ladrón de París. Con Rappeneau, Gracias y desgracias de un casado del año II. Con Lelouch, Del amor y de la infidelidad, El Imperio del león, Testigo de excepción. Etc., etc. Una inmensa carrera que, hacia mediados de los años 70, gira casi exclusivamente hacia el cine negro y el cine de aventura, como El Rey del timo, El Cuerpo de mi enemigo, sin olvidar El Marginal, lo cual le aleja del cine de autor. El actor tuvo sus propias razones para hacerlo, y el público continuó siguiéndole los pasos. Pero nunca olvidó de dónde venía, ni lo que le debía a aquellos que, como Godard, Chabrol o Melville, detectaron en él un inmenso talento.
El cine francés se siente hoy huérfano, con un gran pesar por haber perdido a un hombre que, a lo largo de toda su carrera de actor, transmitió, a través de su sonrisa, una formidable energía a millones de espectadores en el mundo entero.
Serge Toubiana, Presidente de UniFrance